Por Alejandro Rodríguez Cortés

@AlexRdgz 

Iniciaron las campañas en un entorno en el que la propia competencia política y la profunda polarización entre la sociedad mexicana no auguran sino una feroz y despiadada disputa en donde lo de menos será la guerra sucia y los escándalos mediáticos.

Lamentablemente se recrudecerá la violencia, tanto por la inercia del desastre de la mal llamada Cuarta Transformación en materia de seguridad pública, como por la obvia presencia del desbordado crimen organizado en la batalla por los puestos de elección popular en disputa. Ya sucedió en 2021 y los recientes asesinatos de varios aspirantes a candidatos perfilan esta ominosa certeza.

Ni siquiera la trascendencia de lo que se definirá en la próxima elección -para mí, la viabilidad de México como una verdadera república democrática, represntativa y federal- justifica el derramamiento de sangre, pero luego de una cifra récord de más de 180 mil homicidios dolosos en el gobierno que termina, pareciera que no hay manera de evitarlo.

Por otro lado, la insana vocación autoritaria de la 4T que perfila una elección de Estado en la que se despliegan sin pudor recursos públicos con el único propósito de mantenerse en el poder, completa un escenario que pudiera desalentar la participación ciudadana en las urnas.

Hay que subrayarlo: el voto es lo verdaderamente importante para que todo este periodo tenga sentido. Si hace 6 años la opción enarbolada por Andrés Manuel López Obrador tuvo su oportunidad y el resultado fue respetado y reconocido por tirios y troyanos, ahora toca a los mismos ciudadanos decidir entre la opción de la continuidad o la del golpe de timón. Seguir el desastre o recuperar la esperanza.

Así es la democracia y parece sencillo, pero la avasalladora narrativa obradorista se empeña en crear una falsa percepción en torno a la cuasi divina infalibilidad de su mentiroso líder, y a la inevitabilidad del triunfo de la candidata oficialista.

Si bien las encuestas disponibles muestran una ventaja de Claudia Sheinbaum, ésta no es definitiva y menos si se registró antes de que arrancaran formalmente las propias campañas. Ya sabemos que la exjefa de gobierno lleva más de 5 años haciendo proselitismo, pero hay señales claras de que Xóchitl Gálvez es capaz de enarbolar tanto el descontento por la falta de resultados en el sexenio como por la negativa absoluta a que México camine hacia un sendero de autoritarismo, partido único, poder vertical y ausencia de contrapesos constitucionales.

Mientras seamos más los mexicanos que acudamos a sufragar mejor futuro tendremos, porque así se legitimará una verdadera decisión mayoritaria.  Pero también, tengo que decirlo, estoy convencido de que al gobierno en turno le conviene una menor participación, porque espera ganar simplemente con su voto duro y no tener que someterse al escrutinio de los decepcionados, de los que nunca creímos en las promesas de quien sí fue y sigue siendo un peligro para México pero, sobre todo, de aquellos que nunca salen a votar y que deben entender que en sus manos está -hoy más que nunca- su propio destino.

Tienen tres meses para escuchar, decidir y salir a votar. Así de simple y así de retador.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista