Sin sugerir siquiera que México era perfecto antes de 2018 (al contrario, sus múltiples problemas hicieron ganar a Andrés Manuel López Obrador), nuestro país ha vivido un largo invierno desde entonces.

No llegó la anhelada y prometida seguridad pública; se destruyó lo que aún medianamente funcionada, marcadamente los sistemas educativo y de salud; la corrupción no sólo permanece sino que crece; no hubo reconciliación nacional y al contrario se dividió más a la nación; la supuesta “izquierda” despreció a las mujeres y olvidó la agenda e género; el equilibrio financiero se tornó de pronto en una deuda desbordada y en un déficit fiscal que se tendrá que pagar más pronto que tarde; el gasto público fluyó ampliamente, pero para financiar obras inútiles y para comprar voluntades con dinero público.

Con el arrranque de las campañas rumbo a la elección presidencial de junio, este mes de marzo marca el inicio de la primavera, en lo que para mí puede convertirse en un símbolo del nuevo florecimiento de la esperanza.

Y estoy seguro que si bien para muchos la única posibilidad de recuperar las expectativas de un mejor futuro pasa por el triunfo de Xóchitl Gálvez en los comicios presidenciales -sin duda un buen deseo que yo comparto y por el que procederé con mi voto- me parece que el asunto no es tan simple y tiene muchísimas aristas más.

De entrada, la certeza de que México tendrá por primera vez una presidenta es una muy buena noticia, nos guste o no quién de las dos aspirantes gane la Silla del Águila. Aún con los antecedentes de Claudia Sheinbaum y su ascenso ligado irremediablemente a la voluntad de López Obrador -un misógino de facto- debo insistir en que la alternancia de género en el poder presidencial es positivo.

Ahora bien, si gana la candidata oficialista y el partido Morena pierde por lo menos 3 o 4 gobiernos estatales, marcadamente la ciudad de México, el pesimismo de que el invierno prevalecerá comienza a dispiarse ligeramente. La cacareada invencibilidad de la mal llamada Cuarta Transformación comenzaría su derrumbe y la presidenta tendría que cogobernar, lo que obviamente le fastidia desde 2021 cuando perdió la mitad de la capital de la República.

No podemos ni debemos olvidar, por otro lado, la trascendencia que tendrán nuestros votos a la hora de elegir diputados y senadores.  Ha que grabárnolos en piedra: un Congreso que no le dé mayoría al oficialismo impedirá nuevos intentos de lo que AMLO intentó sin éxito, que fue apoderarse de dos de los tres poderes en los que está fundada nuestra República.

Ya hace tres años nuestro voto les arrebató la mayoría calificada con la que modificaron la Constitución a su gusto en la primera mitad de este gobierno, y con ello evitaron nuevas y fatales iniciativas que nos habrían entregado a las garras del autoritarismo.

La primavera mexicana será plena y completa si le arrebatamos el poder Ejecutivo a la 4T y no le damos mayorías en el Legislativo (e indirectamente el Judicial), pero no dejará de ser primavera si aún con Sheinbaum en el puesto y Andrés Manuel tras ella, no puedan hacer y deshacer porque diputados, senadores y ministros se mantengan como reales y poderosos contrapesos que dejen de acercarnos a los perniciosos ejemplos cubanos, nicaragüenses, venezolanos o bolivianos.

El frío puede terminar pronto. Pero para que eso suceda hay que salir a votar el 2 de junio.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista