La ministra de la Suprema Corte, Norma Piña, llevaba escrito su destino en el carné de identidad. Su madre rompió aguas el día en que su padre, abogado, estaba presentando un examen sobre una ley, y cuando nació, tuvieron pocas dudas del nombre que llevaría su hija. Norma. La hermana mediana de tres, la única que estudió Derecho, después de formarse todas como maestras en la Escuela Normal y asegurarse un sustento al morir su padre muy joven.

Logró convertirse en jueza federal y después magistrada, antes de ser incluida en una terna de mujeres en 2015 para cubrir la cuota de género que siempre ha lastrado al máximo tribunal. Piña, de 62 años, reconoce que ha llegado su momento: “Quiero ser la primera mujer presidenta de la Suprema Corte. Y, si los ministros son congruentes con las resoluciones que han aprobado, deberían votar por una mujer”.